Meditaciones Veraniegas (I)

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Meditaciones Veraniegas (I)
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El verano es una época propicia para la lectura y la reflexión. Es una época que invita a que el pensamiento divague, se entretenga y demore en los conceptos y sus relaciones, que siempre ofrecen nuevas facetas, como si fueran poliedros con un número indefinido de caras . Conceptos que creemos sabidos, presentan nuevos aspectos que descubrir ….en algunos casos, los conceptos se dan la vuelta y se nos presentan como si la cara oculta de la luna se mostrara de repente.

El clima mediterráneo nos acerca a los pioneros del pensamiento que fueron los filósofos griegos. Dialogar con ellos siempre es un ejercicio exigente, a la vez que placentero. Exigente porque, como dice el gran matemático y filósofo inglés Alfred North Whitehead :

“La historia de la filosofía  occidental no es más que una serie de notas a pie de página de los diálogos de Platón”.

Placentero porque descubrimos, al visitar a los griegos, que los asuntos que hoy tienen la más candente actualidad ya alimentaban diálogos de gran profundidad en el siglo IV antes de Cristo.

Al comenzar las vacaciones de verano, he empezado a leer “El sofista”, que es uno de los diálogos de lo que se ha dado en llamar “la segunda navegación de Platón”, es decir, uno de los diálogos de madurez, de los que tienen más enjundia filosófica; no en vano, “Ser y Tiempo”, la obra filosófica más importante del siglo XX empieza con una cita de “El sofista”.

El diálogo comienza con una pregunta a un misterioso extranjero, del que sólo se sabe que es compañero de los seguidores de Parménides y de Zenón, en la ciudad de Elea, entonces una importante ciudad de la Magna Grecia y hoy parte de la Campania italiana; la pregunta reformulada y simplificada viene a ser la siguiente: ¿Son el sofista, el político y el filósofo uno , dos o tres géneros?

No se puede negar que la pregunta se las trae; ¿somos capaces de distinguir un filósofo, de un sofista o de un político?. ¿Son una, dos o tres cosas distintas?

Pero, concentrémonos en la siguiente pregunta:  ¿Acaso, para ser un buen político, no hay que ser también un sofista?

Aunque el extranjero parece tener muy clara la respuesta, afirmando sin dudar  que son tres géneros distintos, se ve obligado a dedicar la totalidad del libro para identificar qué es un sofista y justificar su respuesta. Actúa por analogía comparando al sofista con un pescador con caña, y trata de capturar al sofista extendiendo las redes de la “dialéctica”, pero éste se muestra muy escurridizo, es alguien que se mueve con total libertad en el ámbito de la falsedad y de la apariencia y que “es muy difícil de cazar”.

Para Platón, el político no puede ser en ningún caso un sofista, sino un experto y entendido en el arte de gobernar, pero deja la reflexión sobre el político para un segundo libro  (“El político”) y se lanza  en este extraordinario diálogo a la caza del sofista que se oculta  sumergiéndose en el inmenso e inaccesible pozo que constituye el “no ser”. Para poder atrapar al sofista, el extranjero tiene que cometer el “parricidio” de Parménides, mostrando que también el “no ser” es … pero hablar sobre esta importante cuestión es tarea para otro momento.

Ahora me interesa afirmar que vivimos en una sociedad donde los sofistas han triunfado. Vivimos en un mundo donde priman las apariencias de tal manera, que incluso se llega a negar la realidad y la verdad.

El concepto de “posverdad” es un triunfo de los sofistas que niegan la posibilidad de alcanzar la verdad… Si la verdad no es posible, estamos en una batalla de las apariencias. Un relato triunfa sobre otro relato, no si se acerca más a la verdad, sino si consigue imponerse en la batalla de la imagen.

El sofista se muestra como poseedor de conocimientos que ellos mismos contradicen, ejerciendo un hechizo ante el oyente que es consciente de las limitaciones de su saber.

El sofista, según Platón, es un productor de imágenes y mediante la creación de copias e imitaciones son capaces de lograr que las apariencias sustituyan a la realidad.

Es difícil, por tanto, que haya buenos políticos, porque  pronto caen rehenes del culto al sofista,  que se ha convertido en el sumo sacerdote de nuestra sociedad de la comunicación. Pero también es difícil para los grandes empresarios, pues muchos acaban confundiendo la gestión (algo que requiere tiempo, dedicación y paciencia) con la mera comunicación.

Comunicar lo que se quiere hacer sustituye al hacer mismo; no hace falta incurrir en la tediosa tarea de ejecutar las propuestas; éstas quedan sustituidas por las imágenes y la apariencia, al modo de los antiguos sofistas, que pescaban ingenuos jóvenes adinerados con sus habilidades. Los nuevos sofistas pescan votantes o clientes incautos, deslumbrados por su diestro manejo de las imágenes y las apariencias, juego que acompañan con un eficaz desprestigio de la idea de verdad.

¿Cuantos recursos y esfuerzos destinan las instituciones y las grandes corporaciones a la búsqueda del titular por el titular, para mantener las ficciones que generan?

¿Cómo afectan esos ingentes recursos al común de los mortales? ¿Es fácil en un mundo dominado por los nuevos sofistas mantener una conducta dominada por los valores que imponen los criterios éticos tradicionales?

By | 2019-07-19T09:22:14+00:00 julio 19th, 2019|Sin categoría|0 Comments

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